
La semana pasada se decidió la sede de los Mundiales de fútbol de 2018 y 2022 (España aspiraba, junto a Portugal, a los primeros), y las agraciadas, como ya se ha publicado en todos los diarios, fueron Rusia 2018 y Qatar 2022. Los diarios españoles han cargado contra la elección, con lo que no han demostrado otra cosa que su mal perder y la justamente ganada fama de lloricas que tenemos después de haber perdido también los JJOO de 2012 y los de 2016. Siempre, sin dudarlo, criticamos ácidamente al ganador, sea quien sea, simplemente porque no es perfecto (como si nosotros, un país al que un colectivo de privilegiados millonarios puede sumir en el caos, fueramos mejores). Cuando nos gana un país con dinero, es que han sobornado. Cuando nos gana uno en desarrollo, que va a ser peligrosísimo y desastroso. Siempre la misma desafinada canción, qué cansinez.
 Para China la elección tampoco ha sido muy positiva, porque el país también quiere tener un Mundial alguna vez en su historia, y no le beneficia que en 2022 haya un país asiático como sede, pues eso significará que China no podrá presentarse en 2026 y puede que tampoco en 2030. El sueño chino va para largo, pero casi mejor, porque el fútbol del país, nadando en corrupción, necesita una buena limpia antes de poder presentar una candidatura en condiciones. Creo, en todo caso, que China está un poco arrepentida de no haberse presentado para 2022, porque visto lo visto, hubiera podido imponerse a las otras candidaturas.
Pero en fin, me alegro de que tanto Rusia como Qatar vayan a organizar unos Mundiales. Simbolizan dos culturas que nunca los han tenido: la Europa del Este, con un historial deportivo épico y de mucha solera (la mítica Hungría de Czibor y Puskas, la Checoslovaquia de Panenka, la URSS de la Araña Negra...) y el mundo árabe, formado por millones de aficionados, donde no ha habido tanta historia pero sí que existe una inmensa pasión por el balompié, como en todas partes. Una cultura a la que debemos integrar en la comunidad internacional con gestos como éste, para que deje de ser en el bloque antagonista que nos han vendido con el conflicto israelí, Sadam y tantos otros gordos problemas.
Fernando Hierro hizo sus pinitos en la liga de Qatar, jugando en el Al Rayyan.
Cierto es que la elección de Qatar como sede del Mundial es chocante, debido a lo pequeño de ese país, pero no hay que pensar sólo en Qatar, sino también en sus vecinos de la Península Arábiga, que viajarán en procesión al emirato para disfrutar del fútbol. Los problemas de clima y espacio se van a resolver con pasta, pues tienen mucha, no sólo ellos sino también sus vecinos (Bahrein, Emiratos Árabes, Kuwait) que seguro también están muy interesados en este campeonato.
También Guardiola probó suerte en ese país, concretamente en el Al Ahly de la capital, Doha.
Viene bien recordar que Qatar ya celebró unos Mundiales, sub 21, en 1995 (en los que España, con Raúl y De la Peña, fue cuarta). Y que el próximo mes acoge el Campeonato de Asia de Naciones (el equivalente a la Eurocopa), en el que China también participa, aunque no creo que haga un papel muy destacado.
La Copa de Asia 2011 tiene como favoritos a los tradicionales ganadores de este torneo (Corea del Sur, Japón, Irán y Arabia Saudí) junto a Australia, que desde hace unos pocos años está en la confederación asiática, porque se aburría de vapulear a Vanuatu 20-0 en Oceanía. China lo tiene crudo, porque su juego con los años está empeorando: alcanzó un nivel aceptable a principios de esta década, con Milutinovic al frente (estuvo en el Mundial de 2002 y todo) pero no ha levantado cabeza desde entonces, y ni siquiera en Asia se le considera una selección fuerte.
Una cosa curiosa de la inminente Copa de Asia es que en uno de los grupos de la primera fase, el D, coinciden los tres países que el desastroso Bush colocó en su famoso "eje del mal": Corea del Norte, Irán e Irak, esta última vigente campeona asiática. No creo que George W. vaya a las gradas de Qatar a ver alguno de los encuentros de este grupo.
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