 No me gusta hablar mucho en este blog de mis experiencias como periodista, porque soy encarnizado partidario de separar mi trabajo de esto, que es precisamente un hobby para desconectar del curro. Pero en las últimas semanas los reporteros extranjeros nos hemos convertido, sin desearlo, en protagonistas de la noticia, y la verdad es que en mi entorno no se habla de otra cosa y esto domina mis pensamientos, así que creo que voy a tener que comentar un poco sobre lo que está ocurriendo estos días en Pekín.
El 20 de febrero, como ya se comentó en el trolleado post de la semana pasada, se convocaron unas protestas jazmináceas en la céntrica calle pequinesa de Wangfujing, a las que acudieron, básicamente, cuatro y el de la guitarra. Los organizadores no se arredraron por la escasa participación ni por la fuerte presencia policial ya en aquella primera ocasión, así que volvieron a convocarlas para el siguiente domingo, esto es, el pasado día 27.
Esta segunda convocatoria en Wangfujing derivó en una de las escenas más kafkianas de la historia reciente de Pekín. Para empezar, el lugar de las protestas, dos días antes, apareció oportunamente vallado y en obras, vaya usted a saber para arreglar qué. A ello se unieron decenas de policías, unos barrenderos de uniforme limpísimo barriendo para que la gente no estuviera parada, y unos tipos gritando y empujando que no te dejaban estar quieto en la acera, que posiblemente eran policías de paisano.
Todo ese dispositivo se lo encontraron dos tipos de personas: paseantes pequineses que no tenían ni idea de a qué venía todo ese follón, porque la convocatoria de protestas fue en webs bloqueadas en China, y periodistas extranjeros, entre ellos un servidor, que tampoco es que tuviéramos muchas ganas de trabajar en domingo, y más cuando sabíamos que allí no iba a haber seguramente nada, pero que fuimos "por si acaso".
Total, que la convocatoria acabó siendo un rifirrafe entre periodistas y polis de paisano, mientras los barrenderos barrían una y otra vez la misma losa de acera, y la policía uniformada decía "circulen, circulen, no se paren". ¿Por qué? Por nada, porque no hubo NADIE protestando. La absurda escena daría para un capítulo de Benny Hill, si no fuera porque no todo fue tan cachondo: algún periodista que intentó grabar en vídeo se llevó más de una leche de los polis de paisano.
El incidente ha tenido ramificaciones en los días siguientes, ya que la policía de Pekín ha mantenido reuniones con los periodistas que allí fuimos, nos ha acusado de violar las leyes, y nos ha amenazado abiertamente con quitarnos el permiso para trabajar en China si volvemos a ir a una de estas convocatorias de protestas. En mis casi 10 años de estancia aquí nunca había sido amenazado con ser expulsado: lo tonto del asunto es que mientras me lo decían, yo, en vez de cabrearme o asustarme, que sería lo lógico, estaba pensando "mira, una batallita que podré contarle a los nietos". También estaba pensando en ese troll que me llamaba vasallo del Gobierno chino el otro día. Joer, pues mi señor feudal me está tratando de pena, ya sólo falta que reclame el derecho de pernada...
En fin, cuitas personales aparte, el incidente marca uno de los momentos más bajos en la relación entre la prensa extranjera en este país -que ya hemos dicho aquí muchas veces, comete fallos, pero tampoco merece un trato general así como colectivo- y China. El colectivo periodístico está escandalizado, no porque le prohíban informar, sino porque basan esa prohibición en unas leyes que aparecen de la noche a la mañana, cambian a placer, y son de una manera o de otra según quién te las explique. Y lo más absurdo del asunto es que no se ha iniciado en un momento especialmente conflictivo -al menos dentro de China-, sino con un post en Internet al que la gente dentro de China apenas ha hecho caso...
Todo se basa, claramente, en el miedo de China, no declarado pero claramente patente, a que en el país se vivan revoluciones e inestabilidad política como la que viven este año muchos países árabes. Un miedo que, hasta cierto punto, es comprensible: yo tampoco quiero una Libia en el país en el que vivo desde hace casi 10 años, yo quiero salir de casa con temor a los buses, no a los obuses...
Por otro lado muchos, muchísimos artículos de los periodistas extranjeros estos días, incluso los de medios habitualmente críticos con Pekín, han reconocido que es muy difícil, por no decir imposible, que en este país se repita lo de Túnez o lo de Egipto, porque la gente de este país ve que su nivel de vida ha mejorado en los últimos años. Hay represión a la disidencia, pero ésta, a diferencia de los países del Magreb mencionados, no afecta a un importante porcentaje de la población. En Túnez o en Egipto, me contaban el otro día, muchos conocían un familiar, un amigo, un vecino, que había sido detenido arbitrariamente o torturado.En China, país aún por hacer en muchas cosas, también hay problemas de derechos humanos, pero no afectan de forma tan extendida a la población.
La prensa extranjera, habitualmente negativa y crítica dice esto... en cambio, el Gobierno chino, ante las convocatorias de las protestas, está atemorizado. Es lo más raro de todo este asunto, el cambio de tendencia respecto a "crisis" anteriores: en esta ocasión, es la prensa extranjera la que parece más optimista que el régimen comunista. ¿Por qué tanto miedo?
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